Su nombre es Raúl González, un niño mexicano que murió a los 10 meses y a los que los habitantes de Acapulco le atribuyen infinidad de milagros.

Popularmente conocido como Raulito, el pequeño fallecido el 2 de febrero de 1933, está enterrado junto a su hermano, quien murió cinco meses después. La tumba del «niño milagroso» permaneció durante mucho tiempo en el olvido hasta hace aproximadamente 18 años, cuando empezó a ser un punto de fe entre los habitantes del lugar.

«Ya le he pedido al niño y todo lo que le he pedido me lo ha concedido y le sigo pidiendo», señaló Francisca Jaime Camacho, una señora de 80 años quien lleva «juguetes, carritos y sonajas» a la tumba del pequeño a cambio de los milagros.

La fama del niño comenzó cuando, hace casi dos décadas, llegó al panteón una mujer de la Sierra de Atoyac. Estaba llorando y llevaba en brazos a su hija de cuatro años, quien estaba al borde de la muerte. La mujer le pidió a Susana Curiel, administradora del panteón desde hace más de 23 años, que le dijera dónde podía encontrar la tumba de un niño que estuviera en el abandono por sus familiares. La administradora señaló el sepulcro de Raulito, muy próximo a la entrada.

Durante más de una hora, la señora, de rodillas, pidió por la salud de su hija, de quien los doctores habían dicho que no pasaría de ese día, ya que estaba muy débil por los dos infartos que le habían dado.

Cuando terminó sus rezos, la mujer siguió su camino, sin olvidar la promesa que hizo en la tumba de Raulito: si salvaba a su hija ella regresaría a dar las gracias.

Mes y medio después volvió al panteón con la pequeña caminando, así como con dulces, juguetes y arreglos florales para expresar su agradecimiento al niño.

H/T – Informe21