Un susto se llevaron los encargados del cadáver, pues luego de haber trasladado el cuerpo en una bolsa y haber marcado las líneas en él para realizarle la autopsia, se dieron cuenta que el preso aún presentaba signos vitales.

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Eran las 8:00 horas cuando del día 7 de enero los funcionarios del Centro Penitenciario de Asturias, quienes procedían a realizar el recuento habitual en la prisión, encontraron a Gonzalo Montoya Jiménez dentro de su celda,  sentado en una silla en estado inconsciente y sin muestras aparentes de violencia.

Sin embargo, una noche antes, el preso ya había mostrado signos de indisposición, por lo que fue alertado el servicio médico de la cárcel para que comprobara su estado. Pero tras no encontrarle pulso, se diagnosticó su fallecimiento.

«Los funcionarios al ver al preso cianótico, azul, alertaron a los servicios médicos», relata un funcionario de la prisión. «Todas las señales apuntaban a que el recluso estaba muerto», añade.

Rápidamente se activó el protocolo habitual, avisando al juzgado de guardia y su titular para que procedieran al levantamiento del cadáver y su traslado al Instituto de Medicina Legal de Oviedo para practicar la autopsia, a la vez que se avisaba a la familia del recluso para comunicarles su muerte.

Pero el equipo forense fue tomado por sorpresa, cuando tras recibir a Gonzalo dentro de una bolsa para cadáveres y comenzar a preparar todo para el procedimiento de la autopsia, empezaron a escuchar que el cuerpo emitía ruidos como de ronquidos, aun se encontraba con vida. Ante la sorpresa el preso fue trasladado al Hospital Universitario central de Asturias en donde ingresó en la UCI.

H/T – Debate