En Atlanta un adolescente de dieciséis años despertó de un coma, para su sorpresa lo que hablaba no era sólo inglés, sino también español fluido.

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Los médicos sabían que no era un caso aislado, en la Segunda Guerra Mundial una mujer noruega, Astrid L, después de un accidente despertó hablando con un acento alemán. Lo que le valió el rechazo de su comunidad, quienes la consideraron una espía de los enemigos.

Al igual que Astrid y el adolescente de Atlanta, hay al menos doscientos registros de casos similares alrededor del mundo. La comunidad médica lo ha denominado el síndrome del acento extranjero, y se trata, teóricamente, de habilidades del lenguaje adquiridas mediante un evento traumático. Aunque doscientas personas parezca un número elevado, cuando se habla de ciencia en realidad es muy pequeño como para aseverar una condición y todavía falta mucha investigación para saber por qué ocurre y qué personas están predeterminadas a sufrir este síndrome.

Lo que es cierto es que se ha teorizado mucho. Por decir, se piensa que es una especie de afasia, pero que en lugar de incapacitar al hablante al no poder realizar ciertos fonemas, modifica los modos y puntos de articulación del paciente. De este modo es capaz de articular como si lo hiciera otra persona de alguna nacionalidad distinta a la de él.

En grados más graves ocurre no sólo en puntos de articulación, sino también en la capacidad de alguien para aprender un idioma. En el cerebro hay dos partes responsables del lenguaje: el hemisferio izquierdo se encarga de diversas actividades del lenguaje, mientras que el lóbulo frontal es el encargado de la memoria y, dentro de ella, la memoria verbal. Ambas partes funcionan al unísono cuando pensamos y hablamos al mismo tiempo, cuando recordamos frases enteras y las repetimos e incluso cuando no entendemos el significado de una palabra, pero lo relacionamos con otra.

Si alguna de estas dos partes se ve dañada en un evento traumático lo normal es que el afectado sufra pérdida de memoria a la hora de hablar; es decir, olvide cómo decir ciertas cosas o ya no reconozca bien la sintaxis o la semántica de su lengua. Lo curioso es que con el síndrome del acento extranjero parece que ocurre todo lo contrario, exacerba la capacidad lingüística de las personas para tomar de aquellos recónditos lugares de la memoria una lengua que no hablan.

El mito cae cuando se descubre que la mayoría de estas personas tomaron clases de alguna otro idioma o, bien, estuvieron en contacto con personas que hablaban otra lengua. De manera que fueron guardando información sobre la pronunciación, la manera en que construyen las oraciones y el sentido de varias frases; y aunque no podían hablarlo con fluidez, toda esa gran información quedó en el lóbulo frontal.

H/T – Diarioc