En la historia de Adán y Eva, la más antigua de la Biblia, aseguran que se produjo un error y que jamás existió una manzana como “fruto prohibido”, pues se trató de una equivocación en la traducción.

Según las creencias cristianas, judías y musulmanas, Adán y Eva fueron los primeros seres humanos que poblaron la Tierra. Lo que para la ciencia fue una mujer africana (Eva mitocondrial) y su homólogo, Adán cromosomal-Y, estos libros lo resumieron de forma sencilla para las grandes masas, un día aparecieron y fueron los primeros, sin más explicación.

Las antiguas escrituras, como la Biblia, cuentan que Adán fue creado primero, y que Dios, al ver al pobre hombre solo, decidió darle una compañera a partir de una costilla. El relato del Jardín del Edén comienza en el libro del Génesis, a partir del versículo 21 del capítulo 1: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra».

Como prueba de su obediencia, Dios les dijo que comieran de todos los frutos de los árboles del Paraíso excepto de uno, el cual les produciría la muerte si comían de él.

Luego aparece un personaje secundario, una serpiente parlante que representa el mal para tentar (y engañar) a Eva, quien acaba comiendo del fruto prohibido: una manzana. Luego Eva le da de comer a Adán, y como resultado de ambas decisiones, los dos terminan siendo expulsados del Paraíso. Esto se conoce como el pecado original en la doctrina cristiana.

Aunque es el relato más conocido, el Génesis jamás nombra una manzana, simplemente se refiere a “la fruta”.

¿De dónde sacaron que la manzana fue el fruto prohibido?

Para poder explicarlo tenemos que remontarnos al siglo IV d. C., cuando el papa Dámaso I ordenó a su principal erudito de las escrituras, Jerónimo de Estridón, que tradujera la Biblia hebrea original al latín. Un proyecto que le llevó a Jerónimo 15 años, y que resultó en la famosísima Vulgata canónica. Para ello, utilizó el latín hablado por el hombre común (para el pueblo llano), aunque había un problema: Jerónimo no dominaba el hebreo.

Como resultado de ello, el hombre confundió algunas palabras, siendo el más importante de los errores el que tenía que ver entre el sustantivo mālus (manzano) y el adjetivo malus (mal). Para ser exactos, originalmente en el Génesis dice: «lignus scientiae boni et mali» (“Dios indica a Adán y Eva que no deberán comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal”).

Los expertos aseguran que Jerónimo confundió el término “mal” por “manzana”, de forma que el vulgo que empezó a leer la nueva versión de la Biblia ignoró las escrituras originales hebreas y se quedó con la manzana como fruto. Además, en la Biblia hebrea se usa un término genérico, «peri», para la fruta que cuelga del Árbol del conocimiento del Bien y del Mal.

Pero la cosa es un poco más complicada aún. La palabra malus en tiempos de Jerónimo (y durante mucho tiempo después) podía referirse a cualquier fruta que llevara semillas. Una pera, por ejemplo, era una especie de malus, o un melocotón. Así se explica que el fresco de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel tenga una serpiente enrollada alrededor de una higuera.

Sea como fuere, tras la Vulgata, la manzana comenzó a dominar las obras de arte, y de las pinturas pasó a formar parte del imaginario común de la sociedad, siendo probablemente el Renacimiento el momento que más influyó en la imagen definitiva de ese “fruto prohibido” como una manzana.

En cuanto al papel de la Iglesia durante todo este tiempo, fue de absoluto silencio.

H/T – Gizmodo