Entre mis nueve y doce años pertenecí a los Testigos de Jehová, Congregación del Playón, Macuto, Venezuela.

Como ven por la edad no fui yo quien tomó esa decisión. Mi mamá (siempre una buscadora espiritual) decidió probar algo fuera del catolicismo, motivada por una misionera estadounidense llamada Miralisse.

Y fue así como empecé a acompañarla al Salón del Reino con mis hermanos, no una sino hasta dos veces a la semana durante esos años. Mis hermanos (de 7 y 4 años) eran tan tremendos que mi mamá optó por no llevarlos, así que fui yo su único acompañante.

Pude conocer y sentir esa secta por dentro: tenaces, incansables, fanáticos. Parece que me vieron potencial, porque empezaron a prepararme para el “ministerio”, para el activismo religioso. Una reunión los martes, pequeña, en la que se estudiaba y comentaba La Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras ¡versículo por versículo! Recuerdo que estuvimos incontables semana desmenuzando el libro de Daniel.

Los sábados predicábamos. Eso me gustaba, porque significaba subir los cerros de Naiguatá y visitar barrios que eran sin duda menos peligrosos que los actuales. Yo iba con un adulto que me tutoraba, con mi camisa manga corta y corbata.

− Buenos días [señora o señor], en la mañana de hoy estamos un grupo de personas llevando las Buenas Nuevas del Reino a esta comunidad. Hoy estamos ofreciendo La Atalaya y el ¡Despertad!…

Lo que sucede en la Tierra refleja lo que ocurre en el cielo.

Lo anterior se le atribuye a Hermes Trismegisto, hace tres milenios. Si aquí en el mundo hay problemas es porque allá arriba también los hay. El nuestro es un período de suspenso, de frágil equilibrio, de padres idos a “hacer una diligencia”. Esto se lo atribuyo yo a Charles T. Rusell, precursor de los Testigos de Jehová.

Charles Taze Russell en 1911. Foto de WikiCommons.
Charles Taze Russell en 1911. Foto de WikiCommons.

Si recuerdo bien la teología de Russell, sofisticada por posteriores revisiones, se saltan el Génesis y van directo al libro de Job con algo cercano a: Antes de la creación del ser humano, en el cielo hubo una rebelión. El orden de Jehová (nombre derivado de Yahvé) se vio desafiado por un hijo en pie de guerra. La pregunta fue: “¿Por qué adorarlo a Él en vez de a mí”. Era Luzbel, un ángel superdotado entre los superseres. Luzbel fue renombrado Lucifer y latinizado a Satanás o Diablo.

Hay un dato curioso respecto al Diablo: es otro hijo de Dios, menos poderoso y excelso que el Elohím (Cristo), pero en la misma línea.

Visto así, Cristo y Satanás son hermanos.

Los domingos a las 5:00pm ocurría la reunión principal de la semana: una hora de conferencia y luego el estudio de La Atalaya.

Una persona iba a mi casa a darme estudios particulares los jueves, lo que obligaba leer y estudiar previamente un libro. No obstante, mi cerebro rehusaba a la intensa infusión de dogmas.

Una fuerza disruptiva para entonces fue Hermann Hesse, cuya obra Demian cayó por casualidad en mis manos. Una lectura no siempre cómoda de ese pequeño relato me inoculó una duda religiosa que me ha acompañado siempre, para bien o para mal.

Los Testigos de Jehová son una secta fanática.

Te vigilan. Si no íbamos un domingo se acercaban en la próxima reunión a mi mamá: “Hermana ¿qué le pasó que no la vimos el domingo, todo bien?” Incluso urdieron un plan para “atrapar” a mi papá:

− Lo único que tienes que hacer es invitarlo. Aquí nosotros nos encargamos.

Una vez fue mi papá. Lo recibieron del Superintendente hacia abajo, lo saludaron, celebraron, convidaron. Sin duda se sintió muy bien ese día: “Lo vemos la semana que viene ¿no?”. “¡Claro!” dijo mi papá, pero con su callada inteligencia, como dicen en mi pueblo, “se pintó de colores”. Mi papá siempre ha promovido la libertad de pensamiento, no se opuso a este experimento religioso de mi mamá pero, obviamente, también exigió respeto para su catolicismo nominal (no visitaba una iglesia, creo, desde que lo bautizaron).

De vuelta al conflicto primigenio: Dios, en vez de destruir a Satán o quizá porque no podía, decide ejecutar una compleja jurisprudencia celestial.

Crearía unos seres muy inferiores a los ángeles, casi ciegos y sordos en comparación, para ver con qué “oferta” se quedaban: Jehová o su némesis. Es en la Tierra y no en el Cielo donde se decidiría el conflicto ético entre YHWH (las siglas de Jehová) y el Mefistófeles. Eso responde una de las preguntas fundamentales de toda teocracia: “¿Por qué Dios permite la inicuidad?” Pues porque tienen que pasar muchas cosas antes que Dios pueda destruir al Inícuo, que tiene tarjeta blanca para actuar versus unos Testigos a los que les tiran la puerta en la cara.

Era la justificación que Dios se autoimpuso (o le impusieron los ángeles, pero ésa es mi especulación) para destruirlo con razón. Dios crearía una descendencia (el pueblo judío) que llegaría al Mesías, quien al morir siendo pecador y luego resucitar, derrotaría al Diablo en una sucesión de batallas espectaculares con dragones de siete cabezas y demás.

Pero la batalla física estaba supeditada al triunfo moral de Dios en el corazón del ser humano, triunfo que en la Biblia se muestra patéticamente comprometido por una tendencia irremediable a pecar. Con Cristo venía la oportunidad de romper el círculo vicioso, pero alguien tenía que decirlo al mundo y promover que ocurriera.

En otras ocasiones fuimos a las Asambleas, grandes encuentros regionales en estadios tipo plazas de toros (recuerdo Maracay, Barcelona y San Cristobal, y también Aruba).

En cierta forma hicimos “turismo religioso”. Para mí lucían monumentales, con todo ese fervor y fanatismo juntos. Recuerdo escenificaciones de episodios bíblicos, lo demás era –hay que decirlo- soporífero para quien no tiene “la llama del Pentecostés”.

Los testigos creen que hay 144.000 personas, ello es, nacidas humanas que irán al cielo. Son los “ungidos”. Incluyen a los Apóstoles, mártires, santos y, por supuesto, a Charles T. Russell y subsiguientes Superintendentes y misioneros muy destacados. En las Revelaciones se dice que pertenecen a las tribus de Israel, pero los testigos lo reinterpretan, se incluyen y abrogan el criterio para decidir quién es ungido y quién no. Ignoro ese criterio, pero el caso es que son considerados santos en nuestro planeta y futuros moradores del cielo con Cristo.

Una vez fuimos a Barcelona (Anzoátegui, Venezuela). De vacaciones, pero mi mamá insistió en asistir a un “Memorial”, la única “misa” que celebran los Testigos al año. Se conmemora la muerte de Cristo un 14 de Nizán (entre marzo y abril, cuando hay luna llena), en una misa muy austera, con música y cánticos, más oscura que el resto de las reuniones y se pasa el pan y el vino por toda la sala.

Ese día, en un Salón del Reino al que llegamos preguntando, había una gran algarabía rayana en el histeria. De boca en boca se informaba que en primera fila, rodeada por los superintendentes, estaba una ungida, nada más y nada menos que ¡una de las 144.000! que visitaba Venezuela, enviada por la Watch Tower (nombre de la organización que los engloba) para exhortar y para predicarle a los predicadores.

Yo me sentí en un evento histórico: una santa vestida probablemente en Sears, pero con la serenidad y la mirada extendida de los iluminados. Yo era pequeño, la gente de pie, se me perdía entre las espaldas. Entre hombros y caderas la vi pasar, apenas el rostro aparecer y desaparecer un par de veces hasta abandonar el Salón. No tengo evidencia de su santidad o de que tenga un ticket junto a los 144.000, pero sentí y lo he creido por años, que vi el rostro de una mujer poseida por el Espíritu Santo.

Un salón del reino que encontré por casualidad en Queens, N.Y., con arquitectura tipo tabernaculo.

El Nuevo Testamento (o su reescritura) tampoco deja bien parados a los judíos y a los humanos en general.

Cristo generó un interés local importante, pero igualmente su pueblo, los romanos o ambos, no reconocieron en Cristo al Hijo de Dios sino a un profeta más con peligrosas provocaciones al establecimiento judío.

El conflicto ético (¿A quién adora el ser humano, a Dios o al diablo?) es una especie de plebiscito. No adorar a Dios es un voto directo al demonio. Así que el Cielo no tuvo más remedio que lanzarse en campaña “electoral”. ¿Cómo? Pues con la Biblia, obviamente, sobre todo la traducción de los testigos, de principios de los 1960 y, segundo, con la misión de convencer a la gente para que “vote” por Jehová según los preceptos de la Watch Tower.

Un día mi mamá decidió bautizarse, que es como hacerse ciudadana del país de los Testigos.

En una Asamblea en San Cristobal, en la arena de una plaza de toros, hizo fila hasta una piscina portátil donde un pastor la sumergió en el agua fría por unos segundos. Debo confesar que me dio miedo, algo inextricable me hizo temer perderla, entregada de lleno a dar testimonio “a gente de todas las naciones”.

Porque hay urgencia de contar la “verdadera” historia, hay que dar “pruebas” de que cada alma recuparada redundará en salvación individual y global.

Dios y Cristo necesitan “testigos” de este drama secreto, lejano pero cercano a la vez. Gente que se pare en el estrado del mundo y, cuando le pregunten, por ejemplo: “¿Dios existe, quién es, qué se propone?” Digan: “¡Sí, se llama Jehová y se propone esto y esto y esto para el mundo”.

Eso es testificar, aunque nadie o pocos pregunten. Los Testigos son respuestas buscando preguntas; respuestas que la gente elude. Y así no les abren la puerta; los evitan en las plazas; les advierten con pequeños letreros. Los misioneros del Salón son sinónimo universal de fastidiosos, de monólogo repetitivo e imposibilidad de aceptar un no como respuesta.

Los Testigos ven la suya como La Verdad y no pueden entender cómo la gente rechaza la liberación frente a sus propios ojos.

Déjenme ilustrar brevemente la desesperación que siente un Testigo de Jehová de buena fe ante el rechazo casi general a su misión.

testigos

Imagine un tren que viaja a altísima velocidad. Sus pasajeros celebran una fiesta y están demasiado ocupados en comer, bailar y tomar. Alguien se sube al techo con unos largavistas y mira que un puente en la lejanía se ha caído, de modo que si el tren no se detiene se precipitará al abismo.

El hombre baja desesperado a advertir que hay que frenar el tren, pero nadie le hace caso, incluso los operadores brindan con licor. El hombre, frenético, trata de convencer a quien tenga cerca pero lo ignoran, lo esquivan y finalmente lo amenazan con encerrar en un cuarto bajo llaves. El hombre se lanza por una ventana y, a pesar de golpes y raspones, cae a salvo en el suelo.

Desde allí, aún adolorido pero a salvo, mira con tristeza cómo se aleja el ferrocarril a su inevitable destrucción. Pues así se siente un Testigo al ver que usted y yo evitamos el contacto visual y hacemos una elipsis al caminar para impedir siquiera que tengan una oportunidad de predicarnos.

Por otro lado, ofrecen interpretaciones heterodoxas del cristianismo.

Russell y los subsiguientes líderes de la Watch Tower siempre marcaron distancia con la comunidad protestante y evangélica, un poco a la manera de los mormones.

Si usted le pregunta si son protestantes casi los ofenden, dado que no tienen dudas sobre ser los mismísimos Testigos del Altísimo.

Según ellos Cristo no murió en la cruz, sino en un “madero de tormento”, un poste vertical. También creen que se fue al cielo en cuerpo físico. No aceptan transfusiones de sangre porque Jehová prohibió la ingesta de sangre en el Génesis.

El Fin del Mundo comenzó en 1914, con la I Guerra Mundial, el “Tiempo Señalado de las Naciones” y, cuando se cumplan ciertas señales (guerras, terremotos, hambrunas, wait!) vendrá el Har-Magedón (o Armagedón), la destrucción del sistema de cosas.

Luego pasa un montón de cosas confusas: Cristo derrota al Dragón pero lo encierra por mil años, luego lo suelta para que tiente a los humanos otra vez y, al final, limpieza étnica y mandan al horno al dragón y a los pecadores. Al final, resurrección de la carne y vida eterna. Listo. Allí viene un mundo perfecto que la Watch Tower lo muestra como gente en jardines, de todas las razas, abrazando incluso tigres ahora salvajes. Como toda secta o religión, los Testigos son anticientíficos, para ser más justos, selectivamente científicos.

Gracias a ¿Dios? nos mudamos de Macuto a Caracas, cuando yo tenía 11 años.

En la capital ya el Salón del Reino quedaba más lejos y, probablemente, la modernidad de la ciudad terminó de vaporizar mi interés. Mi mamá había entendido una cosa o dos sobre la religiosidad, el sectarismo, la restricción de la libertad de pensamiento y el fanatismo.

La secta quedó atrás, pero no tanto. Igual que esa culpa y esa búsqueda interminable de expiación de la Biblia se imbricó inextricablemente en la civilización occidental, así mismo los Testigos le dieron forma a mi teología infantil, a mi primera conciencia ética y proporcionaron simbología que he usado a lo largo de mi trabajo literario.

Los veo con simpatía en las plazas, esperando al incauto que no tiene preparado el “tengo prisa, disculpe”, y una que otra vez me he detenido a conversar. Les produce cierta maravilla desprevenida discutirle su teocracia con las mismas armas.

Antes de terminar, debo decir que los Testigos (digamos de “a pie”) son en general, gente decente.

Creen sinceramente lo que predican y muchos lo viven. Esa religión me ayudó a estudiar la Biblia intensivamente, al punto de engullir el Pentateuco y el Nuevo Testamento, además de largas partes del monumental libro de Job y muchos versículos de otros, lo cual ha sido muy importante para mi cultura general.

Lo que más me marcó: la tragedia ¿redimida de Job?, Daniel y sus visiones psicotrópicas, los evangelios pero sobre todo las cartas del Apostol Pablo que reescribió el cristianismo para globalizarlo.

Paradójicamente, esa experiencia desató en mí consecuencias completamente opuestas a las esperadas: duda ante las autoridades místicas; antidogmatismo; amor por la libertad de pensamiento y la convicción de que la búsqueda espiritual es una individual. Una forma inconsciente de oponerme al adoctrinamiento fue un impulsó a probar la marihuana. No recuerdo porqué, pero ocurrió.

(Es increíble la cantidad de jóvenes Testigos conocidos que, al desertar, tuvieron períodos de intenso hedonismo, uso de drogas y alcohol e incluso flirteos con lo delictivo. Lo mío excluyó lo delictivo, se los juro).

Cuando los comparo con sectas políticas demasiado conocidas (y dañinas) en Venezuela y otros países, noto elementos comunes (aunque los Testigos son más honestos e incluso bien intencionados en comparación). Algunos paralelos:

  • Sumisión a una autoridad superior indiscutible.
  • Monopolio de unos pocos “ancianos” de la interpretación de esa autoridad.
  • Monopolio del perdón de los pecados.
  • Reescritura de la cultura dominante, en este caso, la Biblia.
  • Grandes consignas: “Los 144.000 Ungidos”; “La Nueva Sión”; “Gog-de-Magog”, “Babilonia la Grande”.
  • Ritos: cánticos, memoriales, escenificaciones bíblicas.
  • Adoctrinamiento intensivo y sin tregua. Si es a temprana edad, mejor.
  • Proclamación de una “moralidad superior” que separa a los Testigos del “resto”.
  • Uso de pensamiento y discurso únicos: “Made in The Watch Tower Society, Brooklyn, New York”.
  • Vigilancia (espionaje) para que ninguna oveja se salga del carril.
  • Trabajo de calle (predicación en plazas y calles).
  • Atención a los más pobres (80% de la predicación era en las zonas de menos recursos).
  • Recompensas intangibles (vida eterna, espiritualidad, éxtasis pentecostal).

En fin, fue una época interesante. Un niño que se estrena en sociedad con visiones apocalípticas y un entrenamiento apostólico. Un ángulo heterodoxo de la religión dominante. Un primer encuentro cara a cara con la pobreza de nuestra Latinoamérica. Una sacudida interna que me hizo el rebelde intelectual y espiritual de hoy y de siempre.

Creo que soy una de las pocas personas en el mundo que ve a unos Testigos de Jehová en la plaza y le provoca sentarse con ellos a conversar un rato…

 


 

 

Original de «Fernando Nuñez-Noda» publicado en www.ciberneticon.com