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El organismo unicelular ‘Physarum polycephalum’ no solo es la célula más grande del planeta, sino que también cuenta con lo que se puede definir como memoria. Según un comunicado del Instituto Max Planck para Dinámica y Autoorganización publicado este lunes, esta ‘memoria’ se refleja en la capacidad del organismo de conservar en su arquitectura huellas de encuentros con la comida.

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El ‘P. polycephalum’ pertenece a los micetozoos, unos organismos que están a caballo entre el reino animal, el vegetal y el de los hongos, y proporciona una mirada a las etapas más tempranas de la evolución. Puede estirarse hasta alcanzar varios centímetros o incluso metros, y se compone de tubos interconectados en una compleja red que se reorganiza constantemente.

El ‘P. polycephalum’ es capaz de resolver problemas como por ejemplo encontrar el camino más corto para llegar a una fuente de alimento. Esta habilidad sorprendió a los científicos en 2016, cuando investigadores franceses detectaron que es capaz de ‘aprender’ a superar diferentes obstáculos. No obstante, no consiguieron encontrar en la célula ningún centro organizador que coordine sus movimientos y almacene los recuerdos.

Ahora sin embargo, al observar de nuevo el comportamiento del micetozoo, las científicas alemanas Mirna Kramar y Karen Alim descubrieron que su memoria es fruto de la propia estructura interna, que permite conservar en los tubos las huellas químicas de los alimentos.

«Seguimos el proceso de migración y alimentación del organismo y observamos la huella distintiva de una fuente de alimento en el patrón de tubos más gruesos y más delgados de la red mucho después de la alimentación. Dada la reorganización de la red altamente dinámica del ‘P. polycephalum’, la persistencia de esta huella desató la idea de que la arquitectura de la red en sí podría servir como memoria del pasado», explica Alim.

Memoria impresa en la arquitectura

Tras detectar el fenómeno, los biólogos estudiaron el mecanismo existente detrás de esta huella, y descubrieron que se forma gracias a la liberación de una sustancia química en el momento del encuentro con el alimento. Esta sustancia se expande por todo el organismo y al mismo tiempo ablanda los tubos de su red, reorientando el ser hacia la alimentación. Su efecto no desaparece, de manera que permite guardar la información.

«El ablandamiento gradual es donde entran en juego las huellas existentes de fuentes de alimentos anteriores y donde se almacena y recupera la información. Los eventos de alimentación pasados ​​están integrados en la jerarquía de los diámetros de los tubos, específicamente en la disposición de los tubos delgados y gruesos en la red», explica Kramar.

«Los encuentros anteriores impresos en la arquitectura de la red influyen en la decisión sobre la dirección futura de la migración», resalta la investigadora.

El estudio de Alim y Kramer será publicado el próximo 9 de marzo en la revista PNAS pero está ya disponible en la web.

H/T – Actualidad