Los científicos han comparado muestras de grasa de humanos y otros primates y encontraron que los cambios en el empaquetamiento del ADN afectaron la forma en que el cuerpo humano procesa la grasa. Es decir, la evolución nos hizo engordar.

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Nuestros cuerpos necesitan grasa para almacenar energía y proteger órganos vitales, esto está claro. La grasa también ayuda al cuerpo a absorber algunos nutrientes y producir hormonas importantes. Las grasas dietéticas incluyen grasas saturadas, grasas trans, grasas monoinsaturadas y grasas poliinsaturadas, todas ellas con propiedades diferentes.

En general, todos deberíamos tratar de evitar o consumir con moderación grasas saturadas, ya que aumentan los niveles de colesterol de lipoproteínas de baja densidad (LDL) o «colesterol malo». Las grasas monoinsaturadas y poliinsaturadas, sin embargo, pueden disminuir los niveles de colesterol LDL.

Los triglicéridos son el tipo más común de grasa en el cuerpo. Almacenan el exceso de energía de los alimentos que comemos. Durante la digestión, nuestros cuerpos los descomponen y los transfieren a las células a través del torrente sanguíneo. Nuestros cuerpos utilizan parte de esta grasa como energía y almacenan el resto dentro de las células.

El metabolismo de las grasas es clave para la supervivencia humana, y cualquier desequilibrio en el proceso puede provocar obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares.

Los hábitos alimentarios modernos y la falta de ejercicio han contribuido a la «epidemia» de  obesidad, pero una nueva investigación destaca el papel que jugó la evolución en la creciente formación de la grasa corporal humana.

Los científicos descubrieron que los cambios en la forma en que el ADN se empaqueta dentro de las células grasas reducen la capacidad del cuerpo humano de convertir la grasa «mala» en grasa «buena».

«Somos los primates gordos», afirma la coautora del estudio Devi Swain-Lenz, asociada posdoctoral en biología de la Universidad de Duke en Durham, Carolina del Norte (EE. UU.) en la revista Genome Biology and Evolution que publica el estudio.

Los investigadores, liderados por Swain-Lenz y el biólogo Greg Wray, compararon muestras de grasa de humanos, chimpancés y otros primates utilizando una técnica llamada ATAC-seq, método que analiza cómo el ADN de las células grasas se empaqueta en los cuerpos de diferentes especies.

Tenemos mucha grasa

Los hallazgos revelaron que los humanos tienen entre un 14% y un 31% de grasa corporal, mientras que otros primates tienen menos del 9%. Además, las regiones de ADN en los seres humanos están más condensadas, lo que limita la accesibilidad a los genes involucrados en el metabolismo de las grasas.

Los expertos también encontraron que alrededor de 780 regiones de ADN eran más accesibles en chimpancés y macacos en comparación con los humanos. Esto significa que el cuerpo humano tiene una capacidad reducida para transformar la grasa mala en grasa buena.

No toda la grasa es igual

Swain-Lenz explica que la mayoría de las grasas se componen de «grasas blancas que almacenan calorías». Este es el tipo de grasa que se acumula en nuestro abdomen y alrededor de la cintura. Otras células grasas, llamadas grasa beige (brown in white) y marrón, ayudan a quemar calorías.

Los resultados de este nuevo estudio revelaron que una de las razones por las que los humanos llevan más grasa es porque las regiones de ADN que deberían ayudar a convertir la grasa blanca en grasa marrón están comprimidas y no permiten que se produzca esta transformación.

«Es posible activar la limitada grasa marrón del cuerpo haciendo cosas como exponer a las personas a temperaturas frías, pero tenemos que trabajar para lograrlo», agrega Swain-Lenz.

Los autores creen que los humanos primitivos pudieron haber necesitado acumular grasa no solo para proteger y dar consistencia a los órganos vitales, sino también para nutrir sus cerebros en crecimiento. De hecho, el cerebro humano se triplicó en tamaño durante la evolución, y ahora utiliza más energía que cualquier otro órgano.

Los científicos han estado trabajando para comprender si promover la capacidad del cuerpo para convertir la grasa blanca en grasa marrón podría reducir la obesidad, pero se necesita más investigación.

«Tal vez podríamos descubrir un grupo de genes que necesitamos activar o desactivar, pero todavía estamos muy lejos de eso», concluye Swain-Lenz

H/T – Muyinteresante